Nos mudamos. Sí, ya sabemos que no es una mudanza definitiva, sino un traslado estratégico, pero es una forma de decirlo, nomás.
De todos modos, este blog seguirá funcionando; quizás con menos frecuencia, pero aún podrán seguir leyendo las noticias cantamañaneras...
Los esperamos en www.cantamanianas.com
Translate
El sacrificio del héroe de Sebastián Porrini
Prólogo*
Comencemos
este libro por el final, o bien, por un final posible, acaso inevitable: la
tragedia ha muerto. La condición del hombre posmoderno no ha hecho más que
agudizar esta sentencia. La muerte de Dios, junto con la muerte de la tragedia
han derrumbado los paradigmas que sostenían la esencia de la condición humana.
El hombre ha dejado de buscar la verdad de su existencia, ha dejado de buscar
el Ser más allá de sí mismo, en un plano de trascendencia para conformarse con
el engaño que le otorga la inmediatez del aquí y el ahora. Ese tiempo presente
continuo es el síntoma de una suerte de imposibilidad. Dios o los dioses, en
tanto símbolos de los arquetipos universales, nos trascienden y el arte, sea
cual fuere su manifestación, es una forma de esa trascendencia. Afirmar su
muerte es reducir la existencia a un vacío. La tragedia, en su enorme
complejidad no puede morir, no debe morir. Movido acaso por la necesidad de
darle vida, Sebastián Porrini nos conducirá en este trabajo por un camino de
revitalización de una realidad que parece lejana, pero que no deja de
entregarnos respuestas a preguntas eternas. La tragedia no puede morir, y no lo
hará.
Este
libro que empieza, o bien, que se detiene antes de empezar, en estas palabras
introductorias ha surgido, como decíamos, de una necesidad de otorgarle vida a
un cuerpo de conocimientos de la realidad que ha sufrido los embates del
devenir del mundo. Avanzar sin detenerse, progresar, crear nuevos mundos,
nuevos paradigmas, tal es la condición actual de nuestro tiempo. La ciencia, no
sin verdadero mérito, se ha erigido como la reina del conocimiento y ha
desestimado que el mundo, antes de que ella lo dominara, ya existía y se
manifestaba ante los hombres. ¿Por qué debemos someternos a una mirada que no
considera esta realidad pre-científica? Podremos vivir en paz regidos por las
sentencias que se construyen como verdades, pero seguirá existiendo, aun sin
que lo percibamos, una ligera angustia por saber más, por entender más. El
origen de esa angustia existencial se encuentra allá, en el mundo antiguo, en
el tiempo antes del tiempo que nos entregó el mito como forma de encontrar el
Ser del hombre. Porrini ha sabido hacer caso a esa angustia y el resultado de
su propia experiencia con el mito se condensa en los capítulos que siguen. Sea
advertido el lector de que no en vano elegimos la idea de condensación: la
materia de este libro es densa, profunda y contundente y quizá, una vez
terminado, necesitemos volver a ciertos pasajes para entender que más allá de
lo que estamos leyendo, hay otra verdad que debemos seguir desentrañando. Tal
es el desafío que se nos presenta ante este sacrificio del héroe.
En el decurso de estas páginas, encontraremos
la esencia que hace del mito la fuente inagotable de la experiencia del y en el
mundo. La pregunta por esta esencia comienza en el origen mismo de su
existencia. El mito, antes de convertirse en símbolo y misterio, nace con las
ideas en su estado de manifestación arquetípica. El primer capítulo desarrolla
esta distinción originaria: el arquetipo como forma universal e inmutable es la
estructura profunda que se proyecta en el mito para ocultarse bajo la sombra
del misterio y del símbolo. Misterio que nos sumerge en una búsqueda más
profunda, el mito-símbolo se despliega, se hace vivo en el ritual. El hombre
originario ritualiza aquello que no puede comprender con el afán de
comprenderlo. Esta paradoja que encierra toda práctica ritual es la que,
avanzado el siglo V A.C., permite el advenimiento de uno de los hechos
artísticos más significativos de la historia del hombre: la tragedia. Podemos,
como suele suceder en los modernos estudios socioculturales, leer las
implicaciones políticas del fenómeno trágico en el contexto propio de la Atenas
que se erige victoriosa sobre Persia. Pero tal lectura es parcial, incompleta y
sesgada ya que la tragedia no se consolida como institución de la polis, sino
que precede esta práctica y se sostiene en su carácter ritual; y como tal,
conlleva en su esencia un carácter sagrado que nos exige una decodificación más
elaborada.
Entendida
como forma ritual del mito, la tragedia echa raíces en mitos aparentemente
clarificados. La dicotomía nietzscheana que hace oscilar el origen de la
tragedia entre Apolo y Dionisos no es suficiente. En su exposición, el profesor
Porrini desmonta el mito que justifica la presencia de ambos dioses en el
ritual trágico y sugiere, ensaya y afianza una lectura menos determinante que
la de Nietzsche. Apolo y Dionisos son dos rostros de una misma esencia, parecen
alejarse uno del otro, pero en su origen más primitivo se hallan mutuamente
imbricados. En el héroe trágico confluyen las dos manifestaciones divinas,
equilibrio y desmesura, no como distanciados, sino como complementarios. Entre
el ir y el devenir, entre Apolo que se aleja y Dionisos que viene, se erige la
esencia del héroe sacrificado, y en ese sacrificio encontraremos la condición
del Ser en el mundo.
Si
el arquetipo se proyecta en el mito, y el mito, hecho ritual se hace tragedia,
hay algo que fluye en los intersticios de esta manifestación del Ser: la
poesía. El poeta es profeta, según las palabras del autor, ya que en su
lenguaje creador se manifiesta la verdad máxima que surgiera en el arquetipo.
La poesía es el lenguaje del Ser y solamente a través de ella, la tragedia, y
por ende, el mito, no han de morir, sino que renacerán cada vez que se articule
ese lenguaje esencial.
Hemos
dicho que la tragedia no podía morir ¿Cómo evitar que muera la tragedia y con
ella todo lo que Grecia tuvo de grandeza? Dirán algunos, confiados acaso en su
conocimiento académico, que cifrar el genio helénico en la tragedia implicaría
reducir siglos de manifestación artística y cultural que han hecho de la
civilización griega uno de los pilares de lo que hoy llamamos mundo
contemporáneo. Efectivamente, la pretensión reduccionista es el último lugar al
que estas páginas nos dirigen, ya que la tragedia no es una mera parte de esa expresión, sino la condensación
más compleja de lo que significó Grecia. Punto de convergencia de una forma de
ver el mundo, de entenderlo, de reaccionar ante él, el fenómeno de lo trágico
sigue manifestándose ante nosotros y no podemos negar que su esplendor nos
sigue interpelando a encontrar en nuestra esencia otro camino de conocimiento.
Buscar en el mito el Ser y entender así nuestra condición humana ante la
realidad de la existencia. Esa angustia o impaciencia no ha podido ser mitigada
ni por la filosofía ni por la teología, ni por ninguna disciplina que se
pretenda científica. Han otorgado respuestas parciales, pero ninguna de ellas
ha logrado, en rigor de verdad, transmitirnos lo que somos. Ante esta
incertidumbre, el mito ritualizado, es decir, la tragedia en esencia ha
encontrado un vehículo de expresión fundamental: la poesía. El lenguaje
prosaico es insuficiente. Por eso la poesía en tanto lenguaje de la creación es
el único que puede revitalizar la experiencia primera ante el mundo; el poeta,
poseído por la manifestación suprarracional de la existencia se convierte en
demiurgo para canalizar lo que los sentidos no logran transmitir con pureza. En
el sentido platónico, vivimos engañados por la percepción y la única forma de
desentrañar los arquetipos es poéticamente. La tragedia es, entonces, el mito
hecho poesía.
La
tragedia, entonces, no ha muerto. Agoniza, sí, pero no ha muerto y en las
páginas siguientes, encontraremos un
último aliento de vida para evitar que se desvanezca ante el avance
absurdo de un paradigma que, perdidos los rituales, pretende reducir la
realidad a la inmediatez del instante, a la rigurosidad de dos dígitos que
pueden ser la esencia del mundo que se proyectará infinito, pero que no llega a
ser la esencia del mundo que ya surgió de esa infinitud. Dejar que la tragedia
muera es sumirse en el engaño de que el mundo tal como es basta para entender lo
que somos.
¿Por
qué hoy, entrado el siglo XXI, en la llamada era digital, deberíamos seguir
dirigiendo nuestra atención hacia ese mundo que existe en el tiempo antes del
tiempo y que ha encontrado su punto máximo de expresión en la tragedia? Porque
ese misterio que se nos presenta bajo la forma de símbolo es la búsqueda de
nuestra propia condición: antes de que el mundo fuera hecho, decía Yeats,
teníamos un rostro, y acaso encontremos ese rostro inicial, arquetípico e
incomprensible en el fulgor del mito. Consternados por lo que ese rostro les
haya podido mostrar, los poetas lo disfrazaron con máscaras y se distanciaron
de esa condición a sabiendas de que cuanto más intentaran alejarse de ella, más
se hundirían en la incertidumbre del querer saber. Tal es la condición trágica
del hombre, tal es el paradigma de Edipo, o la condena de Prometeo; desentrañar
la esencia del Ser, conocerlo, apropiarse de él sin saber que, como la cabra
del ritual dionisíaco, desentierran el cuchillo con el serán sacrificados. El
rito adquiere carácter metafísico en tanto que él nos enfrenta al arquetipo que
llamamos Ser. Así, la afirmación inicial que sostiene las ideas de este libro
cobra un valor de sentencia y de verdad: “La búsqueda del Ser deviene mito”; y
agregaremos que ese devenir ubica al hombre frente a la verdad primordial que
lo justifica, sin máscaras, desnudo. Entender que somos esa verdad acaso sea el
mejor camino para entender este complejo entramado de objetos, ideas,
percepciones y conjeturas que llamamos realidad.
Diego Ortega Servián
Julio 2015
*prólogo a la edición impresa.
Aproximaciones, de Alejandro Gimenez Luna
Hacia
la búsqueda del silencio esencial*
La palabra poética es el mayor misterio que la literatura se ha planteado como expresión de la voluntad creadora. Signada por la limitación que el lenguaje le expone, la poesía se propone un ejercicio de superación que convierte su mensaje en un triunfo de la manifestación artística. Cuando el poeta se deja poseer por ese mensaje, la palabra se reconstruye, renace, para devolver en esencia la prístina significación que surge de su creación.
En el poemario que
tenemos entre manos, la sutileza de su creador nos plantea un ejercicio
notable: ocho partes fragmentan el mensaje en un equilibrio evidente, que se
estructuran como instancias bien demarcadas de un derrotero a la vez individual
y simbólico. “Inicial” abre el libro con un solo poema, que se repite en el
“Final” con otro poema. Ese poema inicial permite develar el deseo mágico del
poeta: cantar, cantar ante las dudas, de camino por un sendero que “había, hace tiempo, perdido” y que como
todo héroe en su búsqueda debe reincorporar para renacer como tal. La segunda
parte “El ciclo eterno” concibe el tiempo como renacimiento, ante las caídas
inevitables, que se expandirán de manera notable en la tercera parte “El
caído”, espacio en el que el “no saber” se relaciona con la “soledad” y con la
“eternidad”, temas que son blasones de la condición humana desde el mismo
origen. Una cuarta parte, llamada “Nocturnidad” enciende la noche como prueba:
el héroe del que habláramos está frente a instancias inefables, condición que
parecería absurda desde la palabra, pero que se alimenta de la creación que enlaza
la propia experiencia con su propio lenguaje. La quinta parte,
“Aproximaciones”, que recoge el nombre del poemario total, pone al héroe ante
la derrota, que se reconstruye como caída y como revelación; el aprendizaje
notable que estatuye su peregrinaje como una iniciación en la simbología
trascendente de la esencia. Por ello llega con la sexta parte “El silencio del
claustro”, ese necesario alejarse del mundo que lo sumerge en el vacío, en el
encuentro con la propia materia, para despertar a la nueva instancia de su
camino. Y en la séptima parte, “Naturae”, es desde la naturaleza nominada cómo
se renace, cómo se purifica, cómo se libera de las costras de la propia caída,
cómo se prepara para la victoria en el silencio final, cuando decide callar, ya
triunfante en el dominio de la palabra de la que, no obstante, huye otra vez. Héroe
derrotado, pero fatalmente victorioso.
Alejandro nos advierte
en sus “Palabras preliminares” que ha encontrado “toda la escritura como una revelación”. No nos cabe duda de que la
experiencia poética se nutre y nace de esa revelación, ya que sin ella la
poesía muere ante la mera anécdota, ante la materia panfletaria, ante la
cursilería que, como un placebo, sólo esconde su nada en un juego fatal de moda
pasajera. Alejandro sabe que se ha dejado poseer por algo que no comprende
absolutamente, y que es la materia (por ello incomprensible) de la verdadera poesía,
aquella que funda un mundo, aquella que hace nacer un lenguaje nuevo por
natural, nuevo por tradicional, inmerso en la belleza de la palabra despojada
de maquillajes efímeros.
Si la literatura es
sintaxis, como sostuvieran algunos grandes creadores, esta antología poética
resalta esa afirmación, no sólo por el quiebre natural que un poema produce en
la musicalidad de la prosa, sino, fundamentalmente, por el ejercicio que el
poeta ha realizado al exhibir un estilo propio, más allá de las convenciones
que las diferentes formas poéticas requieren, como lo es el caso del soneto.
Observamos que el verso se adecua a la creatividad de lo dicho, con alteraciones sintácticas suaves, en muchos
casos propiciadoras de aislamientos que impulsan una significación exquisita:
“Inamovible,
serás de tierra, / madre de tantas cosas brillantes.” Hoy que naces.
O se detiene en la
enumeración feliz de acciones, que se sustancian en ideas fuerza de marcada
significación:
“Y
yo rezo, / inclinado ante mi propia figura. / Y veo de cerca las grietas en mi
rostro, / en mis manos, en mi pecho / y mi interior… vacío.” La noche es un
templo.
El entramado de los
temas construye un detalle muy importante. Como los poetas filósofos de la
antigüedad, los elementos hacen su entrada: así, el agua es lustral, y purificadora, como en Aguaribay, o es directamente vida, como en Hoy que naces, para ser “cauce
del río, bello raudal.” Aunque este primer elemento se re-designa como
“fría” en La causa, para caer “sobre los cuerpos desprotegidos”. Y se
realimenta como materia creadora en Crear,
poema en el que se resurge del agua como un ser nuevo.
El aire, el segundo elemento que
denotamos, se apresura a hermanarse con el agua en Hoy que naces, para dotar de dulzura la brisa que una vida atisba a
manifestar en el instante de su surgimiento. Y se vuelve estertor en Habitación, hasta ser “un árbol seco de pena / deshojando su
última / agonía.”
La tierra se fundamenta en Al alba, cuando sea en ella donde
reposará aquello que dio sombra a nuestra existencia.
Y es fuego en La noche es un templo que se acumula como un ardor. Aunque con el
agua y con el aire, que son indiscutiblemente los dos elementos más presentes,
el autor nos remita al sentido de lo más inmaterial, de la fluidez, ya sea como
purificación, ya como inmarcesible sensación de la más bella liviandad de la
naturaleza espiritual. Porque de esos
elementos, el poeta se vale para retratar su espíritu, al que separa del alma,
en un entendimiento que remite a las más antiguas concepciones de la tríada
humana, tríada que conforma con el cuerpo, este último como presencia que
dialoga, crítica o visceralmente, con los otros dos estados de la esencia
humana.
Permítaseme agregar
que el héroe del que habláramos no se detiene en un simple triunfo: ve la
pérdida del pasado idílico como un tiempo irrecuperable (Esta casa ya no es mi casa), o se enfrenta a los otros que están
impedidos de volverse esencias pues “ellos
no vuelan como hombre”. O se vuelve a crear para la eternidad, separándose
del tiempo que lo busca con sus cadenas, y que se instituye como anhelo de
liberación del mundo, como en el poema Un
deseo, en el que el poeta quiere crear la eternidad “con un suave movimiento de mi mano”.
Noche, luz, vida, muerte,
realidad y deseo. Todo. Todo aquello que es la sal de la causa humana está en
estos poemas. El héroe, como en los grandes poemas épicos, se sacrifica, es el
hijo dilecto que la tragedia requiere para alzar la purificación hasta la
victoria. El último poema, un soneto, re-enciende la llama de la gloria: la
forma recuperada, la palabra triunfante, que busca su máximo triunfo: el
silencio. Por eso el poeta calla, advirtiéndonos que el silencio es la mejor
poesía, contradictoria y triunfal, hasta que el poeta vuelva a recrear la
belleza de la materia fundamental.
Sebastián Porrini
Agosto 2015
*prólogo a la edición immpresa
*prólogo a la edición immpresa
En el tiempo perdido de la búsqueda, de Sebastián Porrini
El reloj de la plaza se detuvo y la hora que sigue marcando es ilusoria. Ahora, los paseantes no saben en qué hora viven. No está mal. La eternidad es una plaza en la que nadie se detiene a ver la hora.*
***
El Río de la Plata, según me informa Juan José Saer, tiene la superficie de Holanda. Y ese pequeño país se construyó junto a un mar al que le robó la tierra palmo a palmo. De allí, salió un imperio colonialista y ávido de esclavos.
Nosotros construimos nuestro país de espaldas al inmenso estuario. Sin embargo, todo llegó y se fue por él. Desde que los charrúas se dieron un banquete con Don Juan Díaz de Solís, nos ha gustado todo lo importado.*
***
No se sabe dónde nació Homero. Tampoco, dónde murió. Y se duda si realmente existió. La humanidad, no obstante tales pruritos del registro civil, lo cree ciego, sabio y longevo. No es la primera vez que una obra de arte crea su autor a su imagen y semejanza. Y si no, observen la Biblia.*
*del libro En el tiempo perdido de la búsqueda, cantamañanas (2015)
al mundo no le importa si vos llorás, de Cristian Walter
PRÓLOGO*
Leer más...
Hace un tiempo atrás recibí una pila de papeles y un pedido. Los papeles eran el manuscrito de este libro y el pedido, el de un prólogo. No tardé en abocarme a la lectura y descubrir el particular universo que me proponía este autor.
Ya desde el título, el libro me interpelaba con su ausencia de mayúscula inicial [este escritor, ¿sabrá escribir, digo yo?], con su voseo confianzudo, con esa afirmación tan contundente como impertinente [“no le importa, ¿entendés? ¡qué le va a importar…!”].
Incitada por la curiosidad y por cierto aire desafiante del título, abrí la primera página y me encontré con el primer cuento, “El camino de regreso”, y con una frase del querido Manuel Puig: “No creo en eso de vivir el momento, Molina, nadie vive el momento. Eso queda para el paraíso terrenal.” Ese fue el segundo momento en que me quedé con la mirada clavada en la hoja, pero sin leer: mi mente divagaba [¿De dónde regresa el camino? ¿Quién o qué regresa? ¿Será que es un camino hacia un tiempo en vez de hacia un lugar…?].
Casi sin darme cuenta, la historia transcurría frente a mis ojos, ya no a través de caracteres de tinta negra, sino bajo la forma de imágenes vívidas que las palabras del autor generaban en mi mente. Es eso, el estilo en que están escritos estos relatos está impregnado de cotidianidad, tanto que a veces la encontramos asfixiante y otras, insólitamente llena de poesía. ¿Qué más decir? La lectura me atrapó: seguí leyendo.
Segundo cuento, “Temporal”:
“Observaba el lento peregrinar urbano, con sus embotellamientos y sus manifestaciones, con su malhumor y sus olores, con sus oficinistas y sus vendedores ambulantes y con ese ‘no-sé-qué’ que siempre le dio tristeza”.
¿Puede no pasar nada y al mismo tiempo estar pasando muchas cosas? ¿Puede la ternura quebrar la miseria de la rutina? Leo y el relato me responde. Sigo. El tercer relato es el que le da el título al libro y –sin dudarlo– redondeo con una birome “bic” la frase inicial, dura y contundente como un “cross a la mandíbula”:
“el reloj da las 5:30, volviéndolo a esa realidad menos real que la realidad de los sueños.”
[Y dale con negarse a usar las mayúsculas… me enloquece, todo el relato parece una sola frase, la lectura me resulta vertiginosa. Un detalle: le robo al autor estos corchetes que uso para escribir el presente prólogo.]
No es mi intención aquí comentar los pormenores de la lectura de cada uno de los relatos que integran este volumen, sino simplemente, compartir la experiencia de mi primera lectura de ellos y, para qué negarlo, cometer una “apología” de estos cuentos.
Desde el comienzo, y durante toda la lectura del libro, varias veces tuve que volver a leer lo escrito una y otra vez porque me encontraba con que mi mirada atravesaba todo un párrafo, pero mis pensamientos se habían quedado anclados en el anterior. Creo que esto constituye una característica, no de los relatos en sí, sino de la forma en que son leídos. Imposible no detenerse en algún punto [con la mente en silencio o apabullada de imágenes].
Luego, dejando de lado al lector, sólo por un momento, noté que los personajes parecerían ser de carne y hueso [detalles cotidianos: una marca de cigarrillos que fumaban los abuelos, una esquina conocida, el olor a tierra mojada, esa sensación de angustia que seguramente todos experimentamos alguna vez].
El autor, Cristian Walter [un famoso “vendehúmos” de estos pagos, lo sé porque lo conozco hace tiempo…], nos engaña haciéndonos creer que estos personajes pueden ser nuestros vecinos, incluso nosotros mismos. La narración se nos hace cercana, habitual: tal vez tomamos un “Ciento diez” esta misma mañana, o estuvimos metidos anoche en una guarida de almas en pena tomando un trago, como aquel bar de atmósfera pastosa y cuerpos lujuriosos del cuento “Voyeur”.
Se me ocurre –ahora– que en todos los relatos subyace una búsqueda, de no se sabe bien qué [un lugar una persona un momento un objeto una razón]. Buscar, aunque no se encuentre. Caminar, indagar, recorrer, explorar. Tal vez el secreto sea estar en movimiento.
Recuerdo el título del primer cuento [“El camino de regreso”] y pienso que tal vez todos –autor, personajes y lectores– transitamos los caminos de estas historias. De distintas maneras, claro. Algunos, como Raúl, con ciertas nostalgias por lo perdido, o peor aún: por lo que no va a pasar jamás. Otros, en cambio, como Margarita, con la alegría de vivir con los cinco sentidos más despiertos que el sofocante sentido común. En cada cuento alguien parece andar un camino [¿Andar será algo que uno hace voluntariamente o será un instinto, un mero acto reflejo humano?]
caminar andar buscar esperar [¿para qué, si todo es efímero, si a nuestras vidas se las traga el tiempo y el olvido; si, en definitiva, al mundo no le importa –¡qué le importa!– si vos llorás?] Esto lo sabe bien el protagonista de “El baño”:
“Había perdido la noción del tiempo; no sabía cuánto llevaba sentado, meditando. Tal vez el tiempo ya no corría de la misma manera; tal vez el espacio se había reducido a ese instante; tal vez el todo y la nada se habían fusionado en esa idea.
Y si el mundo se detuviese por un segundo, ¿desistiría? ¿cambiarían sus planes?Miró a su alrededor y no había nadie. Estaba solo.”
Hay que decir que no es difícil caer en la melancolía.
Luego, al dar vuelta la última hoja de “El baño”, me encontré con una nueva portada que anunciaba “quereme así…” [y cómo no recordar a la Luna rodando por Callao] Me predispuse a leer algo diferente de lo anterior. En esta página el autor pedía algo que no puede pedirse. Me conmovió cierta ingenuidad en esa frase [además de la exposición total, la honestidad brutal, el último desesperado recurso que implica rogar a alguien: quereme, quereme así…].
Al leer esta parte del libro, supuse –y el autor me lo confesó después– que era un bloque diferenciado del resto de los cuentos. “Esas manos”, “te voy a extrañar” y “La perfección del amor” integran este grupo en donde el autor pareciera explorar algunas de las formas posibles del querer.
Subrayo con la misma “bic” de antes esta frase, que me resuena por lo crudamente cotidiana: “Siente el peso de los años en sus huesos y en la humedad de las paredes –recuerda, sobre todo, aquella mancha del living y piensa en la discusión que ocurrió días atrás, por culpa de esa misma mancha pensar que estuvimos cinco días sin hablarnos, dice en voz baja–.” [levanto la mirada de la hoja y vuelvo a perderme en mis laberintos mentales].
En el segundo cuento de este “terceto” Carla e Iván se buscan denodadamente aunque no logren concretar el encuentro [o tal vez sí, tal vez están más unidos que nadie, pero lo ignoran…]. Ya finalizando la lectura del libro me encuentro con una mujer obsesionada con la perfección en todas sus aristas: empeñada en conseguir el amor perfecto, la unión perfecta [se me vienen a la cabeza los versos de los místicos, el inefable San Juan de la Cruz y la “amada en el amado transformada…”].
Di vuelta la última hoja, la del final, y quedé frente al índice. Repasé los títulos evocando cada uno de los cuentos, nuevamente con la mirada suspendida en el aire. Como dije, pienso que esa es una de las grandes cualidades de este libro: abre caminos, propone posibilidades. No se cierra a conclusiones contundentes e irrefutables.
Creo que Cristian Walter, el autor de estas páginas, debe de pensar algo similar. Si no, nos daría cuentos perfectamente empaquetados, con moño y todo. Cuentos que pudiéramos leer en la cama, a la luz tenue de un velador, para luego dormirnos con una sonrisa beatífica en los labios. Afortunadamente, no es así. Por eso es que los incito a ustedes, lectores, a andar estas páginas y a disfrutarlas y aprovecharlas tanto –y ojalá que más– como yo lo hice.
Carolina Arias
*prólogo a la edición impresa
El impreciso arte de caminar historias
Creo que no me equivocaría si me arriesgara a decir que este libro es un intento de búsqueda. Una búsqueda de no se sabe bien qué [un lugar una persona un momento un objeto una razón].
Transitamos el día a día levantándonos con el estridente ruido del despertador, corriendo a nuestros trabajos sin haber desayunado "el reloj vuelve a sonar. último aviso. no hay más tiempo. debe salir corriendo…" (“Al mundo no le importa si vos llorás”).
O colgándonos de colectivos llenos, encerrados en la miseria de la rutina y la cotidianidad
"Observaba el lento peregrinar urbano, con sus embotellamientos y sus manifestaciones, con su malhumor y sus olores, con sus oficinistas y sus vendedores ambulantes y con ese ‘no-sé-qué’ que siempre le dio tristeza" (“Temporal”).
Pero ¿es eso un transitar, un avanzar? ¿O se trata solo de una caminata en círculos?
En “El camino de regreso” los personajes parecen querer desandar sus pasos para volver a lo querido, a lo seguro; volver a un momento feliz. Volver, a costa de lo vivido, de los demás y de sí mismos. Volver a toda costa.
La cuestión es estar en movimiento. Así, autor, personajes y lectores transitamos los caminos de este libro. De distinta manera, claro. Algunos -como en “Esas manos”-, con ciertas nostalgias por el pasado, por lo perdido, o peor aún: por lo que no va a pasar jamás. Otros, en cambio, como Margarita, con la alegría de vivir con los cinco sentidos más despiertos que el sofocante sentido común.
En algunos relatos, el camino llega a buen fin. En otros, no llegamos a ser testigos del final del recorrido, o tal vez nos encontramos con la amarga revelación de que el resultado obtenido no es el esperado…
Caminamos de la mano de los personajes, y el autor nos engaña haciéndonos creer que pueden ser nuestros vecinos, incluso nosotros mismos. La narración se nos hace cercana, cotidiana: tal vez tomamos un “Ciento diez” esta misma mañana, o estuvimos metidos anoche en una guarida de almas en pena tomando un trago, como aquel bar de atmósfera pastosa y cuerpos lujuriosos en “Voyeur”.
andar caminar buscar esperar
En definitiva, ¿para qué hacerlo, si todo es efímero, si a nuestras vidas se las traga el tiempo y el olvido? ¿No es esto una definición perfecta del absurdo?
Esto lo sabe perfectamente el protagonista de “El baño”:
“Había perdido la noción del tiempo; no sabía cuánto llevaba sentado, meditando. Tal vez el tiempo ya no corría de la misma manera; tal vez el espacio se había reducido a ese instante; tal vez el todo y la nada se habían fusionado en esa idea. Y si el mundo se detuviese por un segundo, ¿desistiría? ¿cambiarían sus planes?Miró a su alrededor y no había nadie. Estaba solo.”
Y sin embargo.
(Sin embargo, cuando el teléfono llama, él atiende.)
¿Andar será algo que uno hace voluntariamente o será un instinto, un mero acto reflejo humano? En estos relatos, los personajes nos interpelan, nos indignan, nos enternecen.
caminar buscar esperar andar
En cada cuento de este libro alguien anda un camino. A veces, el camino exterior, concreto, puede ser una metáfora –o una antítesis- del camino interior. La búsqueda puede darse en distintos planos: en el mundo exterior, en uno mismo, en los demás, en un posible más allá. Pero hay una constante.
buscar esperar caminar andar
A los tropiezos, a zancadas, con retrocesos y nuevos avances. O, quizás, una detención, un paréntesis en el tiempo. A pie, en colectivo, en brazos de otro, por los caminos retorcidos de la mente o los senderos traicioneros del corazón. Transitar a través de otros, o por otros, o a costas de otros.
Y en el final… ¿llegar?
Por las dudas, supongo que es mejor evitar hablar de conclusiones. Creo que Cristian Walter, el autor de estas páginas, debe de pensar algo similar. Si no, nos daría cuentos perfectamente empaquetados, con moño y todo. Cuentos que pudiéramos leer en la cama, a la luz tenue de un velador, y luego dormirnos con una sonrisa beatífica en los labios. Afortunadamente, no es así.
Me animo a decir que este libro no se lee, se camina. A veces, vertiginosamente. Otras veces vamos a necesitar hacer un alto, respirar hondo y luego seguir. El camino se puede volver sinuoso, escarpado y, por momentos, llano y suave.
Pero, como cada uno va moldeando su propia senda, tal vez estas palabras sobren.
C. A.
Mayo 2014
Presentación de FILOSOFÍA DE LA TÉCNICA TEATRAL
Ricardo Halac, Jorge Dubatti y Luis Rivera López |
El pasado viernes 11 de abril se presentó el último libro de Gustavo Manzanal, Filosofía de la técnica teatral, junto a importantes personalidades del ambiente.
Este trabajo reúne escritos ligados a su labor pedagógica y a sus experiencias de actuación y dirección.
"Es un libro de filosofía más que de práctica, pues alienta a pensar y repensar aquellos movimientos interiores que resultan en el logro de una interpretación, con el propósito de sacar conclusiones sobre los estados personales y las relaciones con el entorno, y en referencia a un compromiso para con el mundo y sus circunstancias", reza la contratatapa del material.
Lo acompañaron Ricardo Halac, prologuista del libro, Jorge Dubatti, Luis Rivera López, Gustavo Sternischia, Diego Solari y Gustavo Favieri. Coordinó el evento Juan Pablo Pérez.
Gustavo Manzanal (izq.) y Juan Pablo Pérez (der.) |
Gustavo Manzanal lleva una trayectoria de más de treinta años con el teatro, en calidad de maestro, director, actor y autor, y de eso habló también brevemente, para darle lugar a Jorge Dubatti, Ricardo Halac y Luis Rivera López.
Jorge Dubatti |
Desde hace años, en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, más específicamente en el Área de Investigaciones en Ciencias del Arte (AICA), y junto a personalidades como Juano Villafañe, Antoaneta Madjarova y Manuel Santos, Dubatti se centra en estudiar los nuevos rumbos de la investigación artística o, como dice él, "estas nuevas aproximaciones a las relaciones entre arte y conocimiento".
En ese sentido, resaltó que "este libro es una de las constataciones más claras de que el artista, desde la praxis, para la praxis y sobre la praxis, produce pensamiento permanentemente", ya que, según él, uno de los que más sabe sobre teatro es el mismo artista que, a su vez, produce un conocimiento único que se ve reflejado en la aparición de "nuevos vínculos entre la praxis y el conocimiento científico".
Aquí presentó a Gustavo Manzanal como un artista-investigador que produce conocimiento "a partir de su praxis creadora".
Asimismo, reconoció en Filosofía de la Técnica Teatral "la construcción de una mirada sobre el mundo desde la experiencia teatral", puesto que se trataría de un libro de lo específico y, además, de la totalidad. "Hacer teatro en la Argentina no es meramente hacer obras, sino también una forma de vivir; es la construcción de una cosmovisión, de un pensamiento teatral", finalizó.
Después llegó el turno de Ricardo Halac quien, luego de relatar cómo conoció a Gustavo Manzanal, señaló la necesidad de continuar en esta exploración, en esta "búsqueda de creación de pensamiento nuevos".
"Primero viene la creación y luego el estudio sistemático y teórico [sobre la tragedia]", dijo en referencia al primer libro sobre teoría teatral "Sobre la poética" de Aristóteles, puesto que fue escrito luego de que la tragedia, en el teatro helénico, ya había desaparecido. Este libro viene a contradecir esa costumbre -según Halac- de teorizar sobre lo "muerto"; y su importancia radica en la necesidad de que la teoría acompañe ese proceso creativo "ya que es parte del proceso de creación".
El filósofo no sólo debe teorizar sobre el mundo, sino que, además, debe tratar de cambiarlo. Esta unidad entre la teoría y la praxis es lo que resalta Ricardo Halac de Filosofía de la Técnica Teatral cuando cita a Manzanal diciendo que "filosofar no debe ser visto como una manera de pensar la realidad sino como una consecuencia de accionar sobre ella para reinterpretarla". Para el dramaturgo, "estamos hablando de un mundo en movimiento: estamos haciendo teatro, y a la vez estamos pensando el teatro y actuando el teatro".
Cuando la velada estaba llegando a su fin, mientras Luis Rivera López tenía la palabra, se suscitó un hecho inesperado: El libro de Gustavo Manzanal cobró vida. Dejando en claro que sus ideas no son "palabras muertas" en un papel, un grupo de actores comenzó a interpretar una breve obra, interactuando con el público, desnudando sus temores, sus fantasmas, y construyendo, además, ese momento único que nace cuando el espectador y el artista se unen en el Hecho Dramático.
En ese sentido, resaltó que "este libro es una de las constataciones más claras de que el artista, desde la praxis, para la praxis y sobre la praxis, produce pensamiento permanentemente", ya que, según él, uno de los que más sabe sobre teatro es el mismo artista que, a su vez, produce un conocimiento único que se ve reflejado en la aparición de "nuevos vínculos entre la praxis y el conocimiento científico".
Aquí presentó a Gustavo Manzanal como un artista-investigador que produce conocimiento "a partir de su praxis creadora".
Asimismo, reconoció en Filosofía de la Técnica Teatral "la construcción de una mirada sobre el mundo desde la experiencia teatral", puesto que se trataría de un libro de lo específico y, además, de la totalidad. "Hacer teatro en la Argentina no es meramente hacer obras, sino también una forma de vivir; es la construcción de una cosmovisión, de un pensamiento teatral", finalizó.
Después llegó el turno de Ricardo Halac quien, luego de relatar cómo conoció a Gustavo Manzanal, señaló la necesidad de continuar en esta exploración, en esta "búsqueda de creación de pensamiento nuevos".
Ricardo Halac |
El filósofo no sólo debe teorizar sobre el mundo, sino que, además, debe tratar de cambiarlo. Esta unidad entre la teoría y la praxis es lo que resalta Ricardo Halac de Filosofía de la Técnica Teatral cuando cita a Manzanal diciendo que "filosofar no debe ser visto como una manera de pensar la realidad sino como una consecuencia de accionar sobre ella para reinterpretarla". Para el dramaturgo, "estamos hablando de un mundo en movimiento: estamos haciendo teatro, y a la vez estamos pensando el teatro y actuando el teatro".
Cuando la velada estaba llegando a su fin, mientras Luis Rivera López tenía la palabra, se suscitó un hecho inesperado: El libro de Gustavo Manzanal cobró vida. Dejando en claro que sus ideas no son "palabras muertas" en un papel, un grupo de actores comenzó a interpretar una breve obra, interactuando con el público, desnudando sus temores, sus fantasmas, y construyendo, además, ese momento único que nace cuando el espectador y el artista se unen en el Hecho Dramático.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)