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En el tiempo perdido de la búsqueda, de Sebastián Porrini

   

   El reloj de la plaza se detuvo y la hora que sigue marcando es ilusoria. Ahora, los paseantes no saben en qué hora viven. No está mal. La eternidad es una plaza en la que nadie se detiene a ver la hora.*

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   El Río de la Plata, según me informa Juan José Saer, tiene la superficie de Holanda. Y ese pequeño país se construyó junto a un mar al que le robó la tierra palmo a palmo. De allí, salió un imperio colonialista y ávido de esclavos.
Nosotros construimos nuestro país de espaldas al inmenso estuario. Sin embargo, todo llegó y se fue por él. Desde que los charrúas se dieron un banquete con Don Juan Díaz de Solís, nos ha gustado todo lo importado.*

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   No se sabe dónde nació Homero. Tampoco, dónde murió. Y se duda si realmente existió. La humanidad, no obstante tales pruritos del registro civil, lo cree ciego, sabio y longevo. No es la primera vez que una obra de arte crea su autor a su imagen y semejanza. Y si no, observen la Biblia.*

*del libro En el tiempo perdido de la búsqueda, cantamañanas (2015)