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El impreciso arte de caminar historias

  Creo que no me equivocaría si me arriesgara a decir que este libro es un intento de búsqueda. Una búsqueda de no se sabe bien qué [un lugar una persona un momento un objeto una razón].
  Transitamos el día a día levantándonos con el estridente ruido del despertador, corriendo a nuestros trabajos sin haber desayunado "el reloj vuelve a sonar. último aviso. no hay más tiempo. debe salir corriendo…" (“Al mundo no le importa si vos llorás”).
  O colgándonos de colectivos llenos, encerrados en la miseria de la rutina y la cotidianidad 
"Observaba el lento peregrinar urbano, con sus embotellamientos y sus manifestaciones, con su malhumor y sus olores, con sus oficinistas y sus vendedores ambulantes y con ese ‘no-sé-qué’ que siempre le dio tristeza" (“Temporal”).
  Pero ¿es eso un transitar, un avanzar? ¿O se trata solo de una caminata en círculos?
  
  En “El camino de regreso” los personajes parecen querer desandar sus pasos para volver a lo querido, a lo seguro; volver a un momento feliz. Volver, a costa de lo vivido, de los demás y de sí mismos. Volver a toda costa.
  La cuestión es estar en movimiento. Así, autor, personajes y lectores transitamos los caminos de este libro. De distinta manera, claro. Algunos -como en “Esas manos”-, con ciertas nostalgias por el pasado, por lo perdido, o peor aún: por lo que no va a pasar jamás. Otros, en cambio, como Margarita, con la alegría de vivir con los cinco sentidos más despiertos que el sofocante sentido común.
  
  En algunos relatos, el camino llega a buen fin. En otros, no llegamos a ser testigos del final del recorrido, o tal vez nos encontramos con la amarga revelación de que el resultado obtenido no es el esperado…
  
  Caminamos de la mano de los personajes, y el autor nos engaña haciéndonos creer que pueden ser nuestros vecinos, incluso nosotros mismos. La narración se nos hace cercana, cotidiana: tal vez tomamos un “Ciento diez” esta misma mañana, o estuvimos metidos anoche en una guarida de almas en pena tomando un trago, como aquel bar de atmósfera pastosa  y cuerpos lujuriosos en  “Voyeur”.

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  En definitiva, ¿para qué hacerlo, si todo es efímero, si a nuestras vidas se las traga el tiempo y el olvido? ¿No es esto una definición perfecta del absurdo?
  Esto lo sabe perfectamente el protagonista de “El baño”: 
“Había perdido la noción del tiempo; no sabía cuánto llevaba sentado, meditando. Tal vez el tiempo ya no corría de la misma manera; tal vez el espacio se había reducido a ese instante; tal vez el todo y la nada se habían fusionado en esa idea. Y si el mundo se detuviese por un segundo, ¿desistiría? ¿cambiarían sus planes?Miró a su alrededor y no había nadie. Estaba solo.”
  Y sin embargo.
  (Sin embargo, cuando el teléfono llama, él atiende.)

  ¿Andar será algo que uno hace voluntariamente o será un instinto, un mero acto reflejo humano? En estos relatos, los personajes nos interpelan, nos indignan, nos enternecen.

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  En cada cuento de este libro alguien anda un camino. A veces, el camino exterior, concreto, puede ser una metáfora –o una antítesis- del camino interior. La búsqueda puede darse en distintos planos: en el mundo exterior, en uno mismo, en los demás, en un posible más allá. Pero hay una constante.

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  A los tropiezos, a zancadas, con retrocesos y nuevos avances. O, quizás, una detención, un paréntesis en el tiempo. A pie, en colectivo, en brazos de otro, por los caminos retorcidos de la mente o los senderos traicioneros del corazón. Transitar a través de otros, o por otros, o a costas de otros.
  Y en el final… ¿llegar?
  
  Por las dudas, supongo que es mejor evitar hablar de conclusiones. Creo que Cristian Walter, el autor de estas páginas, debe de pensar algo similar. Si no, nos daría cuentos perfectamente empaquetados, con moño y todo. Cuentos que pudiéramos leer en la cama, a la luz tenue de un velador, y luego dormirnos con una sonrisa beatífica en los labios. Afortunadamente, no es así.
  
  Me animo a decir que este libro no se lee, se camina. A veces, vertiginosamente. Otras veces vamos a necesitar hacer un alto, respirar hondo y luego seguir. El camino se puede volver sinuoso, escarpado y, por momentos, llano y suave.
  
  Pero, como cada uno va moldeando su propia senda, tal vez estas palabras sobren.

C. A.
Mayo 2014